¡Ríase!, no sea grande
Por Ramón Brizuela Roque
Qué lastima llegar a adulto, porque se pierde el candor y el tesoro más preciado de la niñez: la risa. Por lo menos eso dice un estudio de científicos alemanes.
Y no dudo que eso sea así. ¿Ustedes no han oído nunca cuentos alemanes?. Hay que ser muy niño para reírse señores, y esto no es xenofobia.
La risa es un bálsamo para el alma, pero que lo perjudica el almanaque. La susodicha investigación dice que los niños son capaces de reír unas 400 veces al día y los adultos, lo hacen como promedio en 15 ocasiones.
Evidentemente los pequeños no ven los precios en los mercados, ni conocen todavía lo que es llevar una casa, alimentar cuatro o cinco bocas, ponerles ropa a cinco cuerpos y zapatos a 10 pies, digo yo si se van a reír.
Cuando más cerca estamos del suelo no es más fácil reír, pero en la medida que nos despegamos llega la escuela, los deberes escolares, el viaje a la bodega, los exámenes, la noviecita y otras complicaciones más que aumentan el número de lamentos, interjecciones, exabruptos… que le roban espacio a la boca.
Luego de mayor, con las obligaciones laborales y sociales, menos ganas dan de reír y entonces los científicos la cogen con la gente grande. Como si con ser adultos no fuera ya suficiente.
Hace mucho, muchísimo, que se sabe lo beneficiosa que resultaba la risa, fíjense si es así que en las cortes medievales los únicos que se reían de cualquier cosa y tenían la virtud de mantener la cabeza sobre sus hombros eran los Reyes y los arlequines, ¿los demás? Si lo hacían era a todo riesgo, como la búsqueda de petróleo por algunas compañías.
Charles Chaplin, escribió un gran poema sobre la risa y nosotros, los periodistas, siempre hemos estado rogando aunque sea una giocondesca y ligerísima ondulación de la comisura labial en recepcionistas, jefes, porteros y una gama de personas adultas que no cumplen la norma de 15 risitas al día, según reclama el estudio germano.
Un magnífico médico pediatra norteamericano, Hunter Patch Adams, apoya sus tratamientos a los infantes, a partir de la risa, al punto que en su clínica él y todo su personal visten de payasos porque están convencidos de que los niños reciben mejor las terapias.
La risa conserva la lozanía del rostro, siempre y cuando no se ría de un tonto equivocado, que en los años mozos haya sido boxeador; da un efecto de brillo en la mirada; ensancha las vías respiratorias cuando se trata de carcajadas, y realmente ennoblece el alma.
Las risa incluso tuvo ( y tiene) una importancia mimética cuando en política y religión, los intelectuales no encontraban formas de decir las verdades, y se escudaban detrás del humor, con el propósito de a la gente hacer reír y pensar.
Los hay que especulan que los que se ríen no piensan, por eso cuando llevan a sus niños al circo o al teatro, tienen un rostro adusto, tenebroso, el mismo que usan cuando se reúnen con sus subalternos o cuando dan una orden.
Hay otros que son tan serios, pero tan serios que tal parece que no nacieron niños, que llegaron a la vida así de grandes, con bigotes, espejuelos, cuatro lápices en el bolsillo y una gordísima libreta para anotar sus citas y obligaciones.
¿Saben el cuento del cura serio, que llegó al pueblo de Pepito?.
Dicen que el diálogo fue más o menos así:
-Oye rapaz, cómo voz se llama.
-Padre, yo no me llamo, los demás me dicen Pepe.
-Y adónde va esta calle.
-Padre, la calle no va, somos nosotros los que vamos por ella.
-Y aquí entonces no ha nacido nadie grande, inteligente…
-No Padre, aquí tos’nacimos chiquitos, pero luego crecemos.
El cura ya incómodo le espetó:
-Rapaz, que hacen con los hijos de p… en este pueblo.
A lo que Pepito replicó antes de echar a correr:
-Los metemos a cura Padre.
De acuerdo con el estudio de los alemanes, si usted ahora se rió conserva la dulzura de la niñez, que tanto necesitamos; si no, entonces usted es una perfecta persona grande, o mejor dicho un imperfecto adulto.
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