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Cabos sueltos de una historia mal contada

Cabos sueltos de una historia mal contada

Por Ismel Enriquez  Redacción Central (PL)

 

El sexto aniversario de los ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York trae al recuerdo de los estadounidenses una historia que para algunos resulta difícil de creer.

La versión oficial sostiene que 19 hombres de origen árabe secuestraron cuatro aviones con el objetivo de impactarlos contra los símbolos del poder económico, militar y político de Estados Unidos y, así vengar los desmanes de Washington en el Levante.

Aunque el gobierno defiende la culpabilidad de elementos islámicos en los atentados y da por zanjadas las pesquisas, la mayoría de los norteamericanos opina que ese capítulo de la historia nacional presenta demasiadas lagunas y datos contradictorios como para pasar la página.

Un estudio de la consultora Zogby reveló el pasado jueves que dos tercios de los estadounidenses objetan que la Comisión Nacional encargada de investigar los hechos haya esclarecido de forma convincente algunos aspectos.

La pesquisa de Zogby arrojó que el 51 por ciento de las personas consultadas culpa al presidente George W. Bush y al vicepresidente Richard Cheney en lo que considera una auto agresión para sacar al país del atolladero económico y rebasar la impopularidad del ejecutivo.

La realidad demuestra que los mayores beneficiados con la caída de los edificios neoyorquinos fueron los empresarios y políticos vinculados a la industria petrolera, que obtuvieron una justificación para poner sus manos sobre los hidrocarburos del Medio Oriente.

Historias más o menos creíbles, con datos comprobados o por comprobar, especulan que la mano de la Casa Blanca y la Agencia Central de Inteligencia están detrás de los atentados. Otras responsabilizan a agentes secretos de Israel y Paquistán.

Más allá de las suposiciones, Morgan Reynolds, ex consejero de Bush durante su primer mandato, afirma que ningún avión por muy cargado de combustible que estuviera podía derretir la estructura de acero de los rascacielos.

Reynolds sostiene que únicamente una demolición profesional, controlada, puede explicar todos los elementos probados en la investigación sobre el desplome de los tres edificios, las dos  Torres Gemelas y el edificio siete que cayó ocho horas después.

Científicos que intentan explicar por qué esas tres construcciones se precipitaron con tanta facilidad sólo encuentran una respuesta: manos desconocidas colocaron el detonante Thermite en los cimientos para respaldar la versión de un ataque terrorista.

El testimonio del puertorriqueño William Rodríguez, testigo de los hechos, así como el registro sismográfico tomado en el momento del derrumbe, confirman que antes del impacto de los aviones se produjo una fuerte explosión.

Andreas von Vulgo, ex ministro de Defensa alemán y experto en operaciones secretas, afirmó en abril de 2006 que agentes de la CIA perpetraron los ataques, utilizaron la torre siete como centro de control, y luego la demolieron para borrar evidencias.

El ex subsecretario del Tesoro Paul Roberts indicó en una ocasión: Ingenieros cualificados han dicho que el Centro Mundial de Comercio se derrumbó a causa de cargas explosivas. De hecho, si se mira la forma en que cayeron las torres no hay más remedio que creerlo.

Otro aspecto que despierta dudas es la supuesta embestida de una nave de American Airlines contra la sede del Pentágono, pues las fotos tomadas del incidente y el tamaño del boquete dejado por la colisión, hacen pensar en un cohete.

Para muchos militares de experiencia resulta inconcebible que un avión viajara directo hacia el cuartel general del Ejército estadounidense durante 40 minutos sin accionar alarma, o que la Fuerza Aérea entrara en acción cuando los atentados estaban consumados.

De manera sospechosa, el Centro de Defensa Aeroespacial de Estados Unidos estaba apagado, y los terroristas escogieron como diana el ala oeste del Pentágono que, debido a reparaciones, contaba con menos personal del acostumbrado.

Algunos funcionarios manifiestan que el gobierno detectó meses antes un movimiento inusual de miembros de Al Qaeda, prácticas de pilotaje, e incluso, el fiscal David Schippers acusó al Buró Federal de Investigaciones de conocer la fecha y los objetivos de los ataques.

Todo lo anterior cobra mayor relevancia si se tiene en cuenta que un inversionista anónimo, cuyo nombre permanece en secreto a pesar del tiempo, arrendó y aseguró cada torre contra actos terroristas por tres mil 200 millones de dólares, apunta la página digital Voltairenet.

El 11 de septiembre pudo ser el catalizador mencionado por Cheney, el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld, y su entonces lugarteniente Paul Wolfowitz en su Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, en donde contemplaban revolucionar la industria militar del país.

De capa, espada y deshonestidad

De capa, espada y deshonestidad De capa, espada y deshonestidad

Por Néstor Núñez

Ducho en historias, el acápite de espionaje en los Estados Unidos
ofrece donde escoger.

Desde luego, no hablamos de esos filmes donde un corpulento y
arriesgado varón de habla sajona y ademanes bruscos irrumpe en los
territorios enemigos, burla toda vigilancia, sustrae informaciones,
datos y fórmulas valiosas, y regresa a la nación para ser colmado de
honores y del desquicio de chicas rubias y atrevidas.

Se trata, por el contrario, de los sucios acontecimientos que
objetivamente suelen rodear el mundo de las "gargantas profundas" del
imperio, donde conviven dinero, manejos turbios, traiciones, burlas,
ilegalidades y hasta la muerte.

Hace unos pocos días la prensa cubana recordaba el caso del agente
CIA Donald W. Keyser, quien en diciembre de 2005 admitió haber
entregado información clasificada como altamente secreta a su amante,
la agente Isabelle Cheng, de los servicios de inteligencia de Taiwán.
El espía de marras, vinculado a los asuntos asiáticos, ya había
hecho de las suyas cinco años antes, cuando hizo desaparecer una
computadora con todo su contenido de la oficina de la entonces
secretaria de Estado, Madeleine Albright.

¿La condena? Pues unos días de arresto y una multa de 25 mil
dólares. Al fin y al cabo sabía mucho de otros altos cargos.
Casi similar fue el del experto del Pentágono Lawrence Franklin,
quien vendió información sensible a Israel. Este personaje trabajó
junto al depuesto secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y luego de
una condena teórica de dos años de cárcel, fue puesto en libertad con
el pago de una fianza.

Mientras, Leandro Aragoncillo, ex marine al servicio de la
vicepresidencia norteamericana por varios años, se dedicaba a traspasar
información oficial limitada sobre posibles acciones terroristas en
Filipinas. Su culpa le ganó un decenio de cárcel...hasta ahora.

Al final todos, espías confesos, casi han resultado indemnes a pesar
de sus graves faltas y de sus acciones contrarias a la seguridad de los
Estados Unidos.

¿Tiene explicación entonces que Cinco luchadores cubanos, que
informaban sobre los grupos asesinos de Miami y sus planes terroristas
contra la Patria deban enfrentar desproporcionadas e injustas penas de
cárcel?

Ciertamente, en el bajo mundo que rodea a los círculos
norteamericanos de poder las medidas están muy alejadas de la
honestidad y la justicia. Si el criminal es cercano y posee recursos o
es hábil en el chantaje, puede contar con la toalla oficial.

Si se trata de gente valerosa y defensora de las mejores causas, los
rigores, la brutalidad y la violencia desmedidas, serán desatadas sin
contemplaciones.

29 de agosto de 2007